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Belén Fernández: El teatro para transformar

Es profesora de Historia de la Educación de la carrera de Pedagogía en Inglés y una convencida de que la pedagogía “humanizadora y liberadora”, necesita de momentos que resistan al modelo escolar-académico. Aquí parte de la historia de Belén Fernández, la académica que montó una cruzada cultural para llevar al teatro a 80 de sus alumnos de la Universidad Alberto Hurtado.

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El Facebook de la destacada guionista, dramaturga y actriz nacional Nona Fernández, apareció con un post que contaba la historia de una profesora de la Universidad Alberto Hurtado que le solicitaba una rebaja por las entradas de su última obra “Liceo de Niñas”. La idea a era saber cuántos de sus 120 alumnos iban a poder ir al teatro a una entrada rebajada a 3 mil pesos, que fue el precio que finalmente fijó la productora. Pero en el camino la profesora se encontró con otra pregunta: ¿Cuántos de sus alumnos podrían pagar los tres mil para ir al teatro?

“Uno puede decir “3 lucas, qué son 3 lucas”. Son esto: 10 pasajes del Transantiago con pase escolar; 3 handroll (la base de la alimentación del estudiante universitario), 3 litros de cerveza (la otra base de la alimentación del estudiante universitario) y es, también, el valor de la entrada a la fiesta universitaria que la mayoría de ellas y ellos no quisieron pagar porque les parecía cara. Cuando supe eso yo dije qué van a querer ir conmigo al teatro si no van a carretear para no pagar 3 lucas”. Pero los invitó igual y les pidió que con toda confianza le contaran si alguien no podía pagar. “Ahí veríamos cómo lo hacíamos. Cuántas veces en las familias se dice eso: ahí vemos cómo lo hacemos”. Pidió ayuda económica a su papá y le dijo que él se ponía con cuatro entradas. Lo contó en la Universidad y la carrera se puso con cuatro entradas más. “Para mi sorpresa, 80 personas que no fueron a una fiesta donde el objetivo es curarse hasta morir, quisieron ir conmigo al teatro”, cuenta.

Belén Fernández es Licenciada en Historia y Magíster en Estudios Culturales de la Universidad de Chile, y actualmente prepara su postulación a un doctorado en literatura porque investiga la producción escrita -tanto narrativa como periodística- de profesoras y profesores. Y académica en la Universidad Alberto Hurtado desde el año 2010 en los ramos de expresión escrita e Historia de la Educación de la carrera de Pedagogía en Inglés. Para ella hacer clases en esta Universidad es un trabajo que disfruta y reconforta. Esa pasión fue parte de lo que la movió a sacar a sus alumnos de la sala y moverlos a ver una obra de teatro. “Pienso que estoy aportando en formar docentes conscientes y críticos de su rol. Además, hacer clases para mí es un ejercicio escénico -¡como el teatro!- algo en lo que pongo en juego mi cuerpo y todas mis habilidades de comunicar para que me salga bien y mi mensaje llegue y transforme”, dice.   

-¿Cómo nace tu cercanía con el teatro?-

-Conocí el teatro de niña. En Curicó, las pocas veces que vi a una obra la disfruté y me asombré. A mi mamá le gustaba mucho La Negra Ester así que siempre vi en ella el poder de conmover y encantar. Me gusta que mi primer recuerdo sea con la obra de Andrés Pérez. En mi infancia vi también La Pérgola de las Flores, que inició mi admiración por el trabajo de Isidora Aguirre. Hace poco trabajé en la conformación del Archivo Digital de su obra dramática (www.isidoraaguirre.usach.cl) y agradecí tanto haber tenido contacto tan niña con la producción de la dramaturga chilena más importante del siglo XX.  A los 14 asistí al Húsar de la Muerte, de  la compañía La Patogallina y durante la enseñanza media vi un par de obras más. En la actualidad trato de ir seguido. Admiro mucho el trabajo de las compañías La Niña Horrible y Teatro La Mala Clase. A Nona Fernández, dramaturga y actriz de la obra Liceo de Niñas, la conocí primero como escritora de narrativa. Es de mis favoritas. Por eso fui a ver Liceo de Niñas el 2015 y quedé maravillada con el montaje.

– ¿Por qué elegiste “Liceo de Niñas” para realizar esta salida con los estudiantes?-

-La elegí porque nos permitía acercarnos a varias dimensiones centrales del ramo: el tiempo, los movimientos estudiantiles de los ‘80, la sociedad chilena postdictatorial y las condiciones del trabajo docente actual. Pero además porque creo que aprender fuera del aula es necesario, y porque el teatro nos permite aprender sintiendo, emocionándonos, riéndonos y eso es algo que la escolarización y en parte también la Universidad, escasamente promueve.  Para mí, una pedagogía distinta, humanizadora y liberadora, necesita de momentos que resistan al modelo escolar-académico en el que nos hemos formado donde la sensibilidad, el humor y el goce casi no tienen cabida.

-¿Qué pasó después de ver la obra con los jóvenes? ¿Qué te comentaron?-

-Lo primero que pasó es que salieron contentos y eso para mí ya es un logro. “La felicidad como objetivo del aprendizaje”, eso, me parece, un propósito perdido en la educación. Luego hicieron mención en clases a la obra y pretendo retomar lo que plantea cuando estemos en algunas clases de la Unidad 2, donde revisamos las transformaciones educativas de los años 80. No hubo evaluación ni obligatoriedad de por medio. Procuré que esta ida al teatro fuera una experiencia fuera del modelo de contenido-actividad-evaluación-nota. Quise confiar en que voluntariamente querrían ver teatro y sólo algunos días antes les escribí un correo contándoles porqué el arte y el teatro son importantes en los procesos formativos y en su propia construcción como futuros/as profes. Pienso que no me equivoqué: de 120 estudiantes 80 asistieron.

-¿Cómo te preparas para dar una clase a tus alumnos? ¿En qué piensas cuando la estructuras?  

-Invierto muchas horas en preparar mis clases, pero lo paso muy bien haciéndolo. Uso fotografías (y las proyecto a todo el tamaño del telón), pintura y citas textuales de personajes de la época (fragmentos de manuales escolares, extractos de prensa, pedacitos de novelas). Para estructurar la clase pienso en mis chiquillos/as, trato de pensar qué es lo que les falta para entender mejor lo que estoy planteando y eso lo incluyo en la clase a través de imágenes y textos breves. Por eso creo que me resultan bien. Porque es un ejercicio de pensar en el otro. No sé si lo logro al 100%, pero le pongo empeño. Me gusta mucho ver las caras de los/as estudiantes en clases. Mi momento favorito es cuando veo algunas caras de asombro, de indignación o cuando se ríen. Ahí siento que estamos conectadas/os, que somos una pequeña comunidad y eso, es un paso necesario del buen aprendizaje.

-Muchos de los profesores se quejan que en primer año deben nivelar a los alumnos porque vienen mal preparados. Desde tu forma de ver la enseñanza: ¿Qué rol debe tener el profesor en esos casos?-.

-A partir de este año hago clases de Expresión Escrita, además de Historia de la Educación. Pedí hacer ese curso precisamente porque sé que muchos de nuestros/as estudiantes de primero vienen con falencias en el manejo de la escritura y a lo largo de los años había ideado el curso en mi cabeza. Creo que en primero se pueden hacer muchas cosas. Es verdad que es difícil porque están recién conociendo el trabajo que implica la Universidad, pero disfruto introducirles en ese modo de pensar, de escribir, de mirar. Creo que un buen trabajo en primer año tiene que ver con trabajar habilidades básicas que son fundamentales para los años siguientes: hacerse preguntas sobre las cosas que antes no ameritaban reflexión, aprender a leer como se lee en la Universidad y escribir aquello que se lee y se mira. Esos son mis objetivos y no se consiguen de inmediato, pero es increíble lo que los/as estudiantes dedicados/as pueden lograr en todas esas áreas.

-¿Por qué juega a favor del aprendizaje que el profesor sea cercano?- 

-Intento construir una relación amable. Me importa saber qué opinan, jamás empiezo la clase sin preguntar cómo están. Habitualmente les pido que me cuenten “algo importante que haya pasado en la semana” y en general aquello que me cuentan me sirve para saber qué debo tratar en clases o cómo hacerlo. Trato de promover el diálogo, aunque también reconozco que a veces soy muy expositiva, eso es algo en lo que siempre pienso que debo mejorar.

-¿Cómo fue ese día que lograste juntar el dinero y las ganas para ir al teatro?

-No quiero olvidarme nunca de ese día, de la oscuridad del teatro, de ese gran abismo que se forma cuando vemos a gente actuar. De mis chiquillas en el público rígidas, atónitas, mirando. De ellos absortos, desconectados de su teléfonos y sus whatsapp. De mí, que tantas veces en clases pienso que fracaso, que no me salió como yo quería. De mi contenta, por fin conforme, porque ese día fue mi gran logro porque pude unir las tres cosas que componen este texto: Repartir el privilegio que es el teatro, que yo tuve y que ellos y ellas ahora también tienen. Salir, porque saliendo se aprende distinto, se aprende mejor y se aprende de una forma que tantas veces se le niega a estudiantes que terminan odiando aprender porque están encerrados/as. Constatar que tal como dice una línea de la obra, mis chiquillos y chiquillas de la Universidad “son estrellas, verdaderas constelaciones”. El momento para el que estamos trabajando es aquel en que emitan su máxima luz. Por ahora les cuesta, pero es sólo cosa de tiempo y el tiempo, se sabe, es relativo.

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