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Sensible fallecimiento Padre Gonzalo Arroyo Correa SJ (1925-2012)

Homilía realizada el lunes 21 de mayo en la Iglesia de San Ignacio.

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Eucaristía por el descanso del P. Gonzalo Arroyo SJ (1925-2012)
(Fernando Verdugo SJ, 21 de Mayo de 2012)

El día de la Ascensión, el P. Gonzalo Arroyo Correa partió a la casa del Padre, de la mano del Señor Jesús a quien siguió y amó entrañablemente. Hoy nos hizo falta su presencia para comentar la Cuenta a la Nación que religiosamente escuchaba y analizaba cada año.

Gonzalo Arroyo fue, tal vez, uno de los últimos jóvenes a quienes el Padre Alberto Hurtado acompañó en su discernimiento vocacional a la Compañía de Jesús. Con él fijó el día de ingreso al Noviciado en Marruecos, hoy localidad que lleva el nombre del Santo, para el día 8 de diciembre de 1951. Pocos meses después, el P. Hurtado caería gravemente enfermo. Gonzalo siempre recordaría con emoción el impacto que provocó en él la figura de San Alberto. Siendo ya un joven Ingeniero Agrónomo de la Universidad Católica, en el contexto de un retiro que ofrecía el P. Hurtado, se despertó su vocación a la Compañía e inició el camino con la misma convicción y pasión que caracterizaría todos los proyectos que emprendió en su vida.

Alberto Hurtado no sólo despertó la vocación en Gonzalo. También inspiró ciertas opciones y estilos que marcarían su vida sacerdotal. Cuando Gonzalo cumplió 50 años de vida religiosa, hace poco más de 10 años, nos confesaba que había experimentado “tres llamados en su vida de jesuita”, antes de emprender este, el último llamado a la casa del Padre. El primer llamado fue un “fuerte sentido social”; el segundo fue una “vocación intelectual”; y el tercero, una “orientación al servicio pastoral”. Cada uno de estos llamados, a los que el P. Hurtado respondió de manera notable, Gonzalo también los acogió y los fue desplegando y profundizando a lo largo de su vida: como profesor e investigador en distintas universidades y centros en Chile, Francia y México; como colaborador en la Revista Mensaje de la que fue subdirector hasta ahora; en ILADES y en la Universidad Alberto Hurtado de la que fue su principal impulsor; en la capellanía de jóvenes universitarios durante sus primeros años de sacerdote, o en el acompañamiento de la comunidad de exiliados en París; o en la comunidad cristiana de base “Cristo Liberador”, de Villa Francia, por mencionar sólo el último y más prolongado de sus servicios pastorales en sectores populares. En todos estos ministerios y trabajos, se entrecruzaba su preocupación social, su perspectiva intelectual y su sentido pastoral.

Sabemos que los años que vivió Gonzalo en la Compañía se enmarcaron en un período de enormes transformaciones sociales, políticas y culturales, algunas dramáticas, y que él no se cansaba de escudriñar hasta el último instante de su vida, buscando siempre en esas transformaciones los “signos de los tiempos” mediante los cuales el Espíritu conduce la historia hacia su plenitud. De espíritu inquieto y gran capacidad lectora, hasta hace poco nos deleitaba con la reseña en Mensaje de alguna obra reciente en donde buscaba claves para comprender el curso de las transformaciones del país o del mundo globalizado. Hasta hace pocos años sus alumnos se sorprendían con sus textos que jamás alcanzaron a ponerse amarillos; los dossiers de lecturas estaban siempre al día con los temas y los autores más recientes. Nadie podría decir que Gonzalo estaba vuelto hacia el pasado; al contrario, hasta en sus últimos momentos de lucidez estaba pendiente, si no fascinado, por las posibilidades que ofrecía el mundo de hoy. Si había una razón para aferrarse a la vida, era para ser testigo de lo que Dios va haciendo en la historia.

Si bien Gonzalo Arroyo recibió una sólida formación académica, como agrónomo en la Universidad Católica antes de entrar a la Compañía, y luego como doctor en economía agraria en la Universidad de Iowa, además de la correspondiente formación filosófica y teológica propia de todo jesuita, en Canadá y Bélgica respectivamente, es claro que lo que motivaba los proyectos en que se embarcaba no era el éxito personal o algo similar, sino la respuesta que él consideraba más oportuna a “los tres llamados” dentro de su vocación: el fuerte sentido social, el rigor intelectual y sentido pastoral. Nadie que haya conocido a Gonzalo, aún en los contextos más secularizados en que le tocó vivir, puede decir que haya abandonado el anuncio de la fe y el trato pastoral en pos de su pasión por la justicia, o que haya desarrollado un compromiso social sin pasarlo por la criba del análisis riguroso. Análisis que más de alguna vez lo llevaron a dar giros importantes en su vida, impulsando también a otros al cambio, y que no fueron siempre fáciles de comprender incluso entre sus compañeros jesuitas. Es cierto que la pasión con que adoptaba decisiones lo hacían aparecer un tanto avasallador, pero la delicadeza del trato personal y pastoral, la capacidad de entablar amistad y su particular ternura compensaban lo abrupto de sus giros y opciones.

Su profunda fe, su optimismo frente a la vida y su espíritu emprendedor lo hicieron levantarse muchas veces frente a golpes que a cualquiera de nosotros nos hubieran dejado por los suelos: la detención, muerte y desaparición de compatriotas, muchos de ellos sus amigos; un prolongado exilio lejos de su tierra; el desgarro que significó tener que dejar atrás Francia y México, países que lo acogieron con tanto cariño y le abrieron tantas posibilidades académicas; el cáncer que se manifestó recién llegado a Chile desde el exilio y que lo acompañó el resto de sus días; la vejez que le iba restando fuerzas, pero nunca tanto para perderse un partido del Chino Ríos, de Fernando González, de la Católica o de cualquier evento deportivo. Si hay un monumento a la resiliencia, ¡ese es Gonzalo Arroyo!

Es de justicia decir que, si bien Gonzalo era un optimista empedernido y un emprendedor innato, procuraba, sin embargo, no proceder de manera aislada o al margen de sus superiores o de lo que la Compañía era capaz de asumir. Más aún, fue la Compañía la que llevó a Gonzalo ahondar en sus opciones y capacidades. En la persona del Provincial o del P. General de turno, del P. Pedro Arrupe en particular, como también en las Congregaciones Generales encontró el impulso o la confirmación de los proyectos que emprendió. El diálogo con la cultura moderna a la que impulsó el Concilio Vaticano II, “el servicio de la fe y la promoción de la justicia” que expresa la misión actual de la Compañía de Jesús, la “opción preferencial por los pobres” de la Iglesia Latinoamericana, fueron el horizonte apostólico en el que insertó su acción social, académica y pastoral. Un ejemplo sorprendente y más reciente de su disponibilidad apostólica fue, sin duda, la creación del MBA en ILADES y su incursión en el mundo de la empresa. Si no hubiera sido por un requerimiento explícito de su Provincial, difícilmente se habría metido en ese tema que lo llevó a constituirse en un especialista en Responsabilidad Social Empresarial, con la misma pasión y convicción que en otro momento lo llevó a constituirse en un especialista en la Reforma Agraria.
Pero también es de justicia decir que fue Gonzalo quien llevó a la Compañía de Jesús hacia varios proyectos en los que hoy está embarcada: a su regreso del exilio, 1989, le infundió un nuevo dinamismo al apostolado intelectual entre los jesuitas chilenos y, sin duda, la fundación de la Universidad Alberto Hurtado no se explica sin su iniciativa y su compromiso.

Gonzalo, por muchas cosas más quisiéramos dar gracia hoy al Señor. Estoy seguro de que todos los que están aquí tienen sus razones y un relato que contar. Como los discípulos a su Señor el día de la Ascensión, queremos decir que te vamos a echar de menos. Nos hará falta tu presencia, tu liderazgo y pasión por todo lo humano, la celebración de tus cumpleaños con familiares, colegas y amigos de tantos lados. Pero, como sucede con Jesús Resucitado, confiamos en que estando junto al Padre estarás más cerca de nosotros que nunca. Que María, Madre de Jesús y nuestra Madre, que te acogió un 8 de diciembre en la Compañía de su Hijo, te reciba hoy en el cielo nuevo y en la tierra nueva, donde nadie estará triste, nadie tendrá que llorar, donde a nadie le faltará el pan en su mesa.

¡Amén!

Para conocer más sobre la vida del Padre Arroyo revise la entrevista realizada por HistoriActiva

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