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Los estudiantes universitarios y  el derecho a la salud mental

Columna de opinión de la académica Adriana Fernández de la Facultad de Psicología UAH.

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Los estudiantes ponen nuevamente sobre la mesa un tema que nos exige una reflexión; esta vez fue el turno de la salud mental.

Las primeras reacciones a la protesta de los estudiantes de arquitectura de la Universidad de Chile, por la sobrecarga académica nos hacen recordar las reacciones frente al  movimiento “pingüino”. Hubo grupos de personas que consideraron que lo que los estudiantes secundarios estaban planteando eran ideas irrealizables en un país como el nuestro, que obedecían a un deseo de obtener las cosas de manera “fácil” y que no pagar por la educación además de ser una utopía podía traer consigo el germen de la desvalorización de la educación, es decir, “si no cuesta no se valora”. Otros grupos, que apoyaron a los estudiantes, consideraron que sus demandas eran válidas y que era posible pensar un país que ofreciera mejores oportunidades a sus jóvenes, aunque esto evidentemente tuviera un costo económico, pero que era necesario asumir. Aún no es un tema resuelto, pero es innegable que sin sus demandas no se estaría avanzando en este tema.

En el tema de la carga académica, exigencias y su impacto en la salud mental está sucediendo algo similar. Es posible escuchar en debates radiales,  leer en la prensa escrita o en las redes sociales críticas hacia los estudiantes señalando que son una generación que no está acostumbrada al sacrificio y que esperan obtener todo de manera fácil. Que estudiar en la universidad implica un costo personal y que es necesario estar dispuestos a pagarlo si se quiere obtener resultados. De esta manera se trivializa su demanda y se niega una realidad.

Estudios de salud mental en nuestro país muestran cifras preocupantes. La OMS coloca a Chile entre los países con mayor carga de morbilidad por enfermedades psiquiátricas en el mundo, 23,2%. Por otra parte el Ministerio de Salud en sus reportes de atenciones del Programa de Salud Mental refiere que las prestaciones a jóvenes de 15 a 19 años se incrementaron en un 24,9% entre los años 2014 y 2018.

Al leer estas cifras entonces debiéramos preguntarnos por el tipo de sociedad que queremos construir, una sociedad en la que sea compatible la excelencia académica y la rigurosidad en la formación profesional con una buena calidad de vida.

Sabemos que muchos de los factores que inciden en la salud mental de los jóvenes no tienen directa relación con la carga académica. El nivel de ingreso familiar, el género, las redes de apoyo, el acceso a la recreación y la cultura son variables que impactan en la salud mental de la población en general y también  la de los jóvenes.

Sobre todas estas variables podemos y debemos trabajar como sociedad. Pero, ¿qué podemos hacer específicamente desde nuestro papel como docentes? Creo que lo primero es hacernos estas preguntas y transformarlas en un diálogo con nuestros estudiantes. Conocer sus puntos de vista, fomentar el trabajo colaborativo y sobre todo escuchar sus preocupaciones.

Lo más probable es que nuevamente los jóvenes nos ayuden a redirigir nuestra brújula y a darle mayor valor a la salud mental.

 

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