1 de enero 2023
Identificar nuestras diferencias y puntos de desacuerdos es infinitamente más simple que alcanzar puntos de consensos. Para conseguirlo es necesario que cada parte en una negociación renuncie a aquello que, aunque importante, palidece ante conservar lo que justifica alcanzar un acuerdo. Pero existen quienes asignan mayor peso a los elementos a los que renunciaron y puede iniciarse un proceso de cuestionamiento acerca del sentido del acuerdo. Quienes prefieren anquilosarse en lo que han renunciado pueden entrar en un espiral de reafirmación de su posición como la única aceptable. Cuando sucede, se afianza la identidad de un grupo que, para efectos de tender a la unanimidad, será por esencia reducido. Más aún, su éxito estará asociado a mantener una sola línea sostenida y coherente, donde acordar fuera de estos márgenes es equivalente a una transacción impropia.
Apliquemos esta mirada a quienes fueron parte del reciente acuerdo por una nueva Constitución. Oficialismo y oposición cedieron en puntos que para ellos eran importantes, pero no perdieron de vista el objetivo final de una nueva Constitución. Este ejercicio ha sido correctamente celebrado, pues no era fácil consensuar posiciones después de un plebiscito con el resultado del 4 de septiembre. Por supuesto, han surgido quienes cuestionan la idoneidad del acuerdo al no proyectar un proceso que se conforme totalmente con sus expectativas y no han trepidado en descalificarlo. Para ellos surge un dilema que puede no solo marcar la suerte de la nueva Constitución, sino su proyección política…
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