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Hospital o cementerio, estadística y tweet

Leonardo Piña, académico de Antropología, reflexiona en El Desconcierto sobre la muerte convertida en números, y cómo su acumulación-normalización expresa la pérdida de humanidad.

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Primero fuimos estadística, un número, una fracción: el porcentaje de un entero al que no se tenía derecho en razón de un nombre, una historia o la identidad. Hechos cifra, en la actual contingencia global se nos ha naturalizado como la tasa de mortalidad que sigue a la de contagio, esa cantidad de muertes que arrojada a la fosa común del dato ya no emerge como dolor o compasión, acaso como el testimonio del éxito o fracaso de una determinada gestión en materia de salud. En ningún caso como la o el vecino que ya no volveremos a ver en la calle, aquel hombre o mujer que alguna vez alimentó un álbum familiar.

Arrancados de ese lugar y solo expresión de un indetenible avance, ahora también se nos hace tweet, el impersonal mensaje que en la asepsia de sus 280 caracteres no solo permite informar del deceso de alguno o alguna de nosotros/as, como ha hecho el titular de salud y su cartera en estos días, sino del desplazamiento de los márgenes con que se puede comunicar o hacer noticia algo tan sensible. Parapetados detrás, el impacto que una a una causan las palabras de tal comunicación es equivalente al racimo expansivo de una bomba, un efecto que así como no permite ver la indolencia de su no involucramiento, tampoco deja ver que el blanco del delantal que se viste no es más que un color. Puro color.

Ratio o menos al interior de un argumento, tal corrimiento incluso adquiere la forma de una competencia, una carrera por la información en que ésta cada vez importa menos. Y como con la escasez, dicha economía de la palabra se levanta sobre quien está al frente, ahora debajo, convirtiéndose en una suerte de telegrama: un viejo invento en que lo único nuevo era la mala nueva que traía. “Tenemos que lamentar el primer fallecido en Chile por COVID19”, una primera línea que escondida detrás de su ya no metafórica mascarilla hasta semeja una capucha: aquel pasamontañas que no hace mucho era la condensación del mal, un engendro que apenas alcanza a entenderse como comunicado oficial. “Mujer de 83 años, postrada, en la que se optó por un manejo compasivo”

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