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Recuperar la Educación Cívica

La académica destaca la necesidad de una política curricular que promueva la formación ciudadana y estimule el interés por participar en el espacio público “La eliminación de la asignatura hace pensar que refuerza una lógica que se reproduce: no hay formación ciudadana, entonces la sociedad se vuelve cada vez más atomizada e individualista, indiferente a aquello que esté fuera de su ámbito privado. Y como se va transformando en ello, la política de Estado, en vez de afrontar ese escenario con una política curricular que intencione el desarrollo de la dimensión política de las personas para revertir esta inmovilidad política, prefiere poner a las escuelas al servicio de las necesidades del orden imperante, y no al servicio de las personas que asisten a ellas: nuestros niños, niñas y jóvenes”.

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Priscilla Echeverría, académica de la Facultad de Educación UAH

¿Por qué cree se eliminó la asignatura de Educación Cívica del currículo escolar chileno?

La política curricular implícitamente responde a una mirada de ser humano y sociedad deseados por quienes definen esa política. En ese supuesto, la selección de los saberes que integrarán el currículum tendrá relación con esos ideales, por lo que el agregar o suprimir ciertos campos del saber es señal de las dimensiones que se quieren o no desarrollar en nuestros niños, niñas y jóvenes.

La eliminación de la asignatura de educación cívica del currículum nacional en el año 1997 es una señal dentro de muchas otras en el contexto de la época respecto al modelo de ser humano que la política de Estado quiere formar en las escuelas, esto es, uno preparado para insertarse adecuadamente en el nuevo escenario de la globalización. Esta inserción es pensada poniendo el escenario económico como principal –y tal vez único- referente, por lo que parece ser que la intención es formar a un trabajador (técnico o profesional) y a la vez consumidor. Esta prioridad y protagonismo del ámbito económico hace que la formación de la dimensión cívica en los escolares se vea como algo innecesario, fuera de época y poco relevante para el escenario económico que se va conformando. Eso, insisto, si el referente para definir las necesidades formativas es el modelo económico.

Así, parece que la condición de trabajador/consumidor ha eclipsado la de ciudadano, adquiriendo un protagonismo coherente con el orden político liberal en el que vivimos: una sociedad atomizada, fragmentada, sin un sentido del “nosotros” construido desde las necesidades de las personas. Cada cual en su ámbito privado resolviendo cómo arreglárselas para vivir su vida. Si el escenario es ése, entonces claro que preparar para el trabajo parece más relevante que preparar para ejercer y conquistar derechos. La eliminación de la asignatura hace pensar que refuerza una lógica que se reproduce: no hay formación ciudadana, entonces la sociedad se vuelve cada vez más atomizada e individualista, indiferente a aquello que esté fuera de su ámbito privado. Y como se va transformando en ello, la política de Estado, en vez de afrontar ese escenario con una política curricular que intencione el desarrollo de la dimensión política de las personas para revertir esta inmovilidad política, prefiere poner a las escuelas al servicio de las necesidades del orden imperante, y no al servicio de las personas que asisten a ellas: nuestros niños, niñas y jóvenes.

Resumiendo, creo que la asignatura de Educación Cívica se eliminó porque no interesa formar ciudadanos que puedan incidir en la transformación del orden de las cosas, muy por el contrario, interesa que se adapten y sean útiles, eficaces y eficientes, sin mayor comprensión del escenario social en el que estamos insertos. Desde esa ignorancia y apatía, se facilita la conservación del status quo.

¿Por qué es importante recuperar esta asignatura?

Porque sería una señal de que al Estado le preocupa la formación de las personas con conocimientos, habilidades y actitudes acordes a la construcción de un proyecto nacional compartido, desde el que el sentido de identidad y pertenencia sea sólido, y no sólo aquel que emerge esporádicamente cuando juega la selección chilena o llegan las Fiestas Patrias. Se trata de desarrollar una conciencia respecto a que pertenecemos a una nación, y de su devenir en el día a día todos debiéramos sentirnos responsables.

Recuperar esta asignatura sería contar con un espacio de aprendizaje y discusión respecto a lo que sucede en nuestra realidad nacional, con el funcionamiento del aparato estatal y las instituciones, el papel que juegan y que explican tantas situaciones que los escolares no entienden pero sobre las que intentan tener opinión, muchas veces basadas en prejuicios, dogmatismos o información tomada de cualquier parte. Es decir, es una asignatura que permitiría adquirir conocimientos concretos de nuestra vida social, que habilite a los escolares a tener opiniones responsables y aportadoras en las discusiones sobre lo que nos va ocurriendo como país.

También sería una oportunidad para desarrollar actitudes dialogantes, respetuosas, diversas, que acepten y valoren la diferencia. También actitudes relacionadas con el uso de la libertad responsable, esto es, con un sano equilibrio entre las necesidades individuales y las del conjunto, valorando ese “nosotros” como algo fundamental para avanzar en la construcción de una democracia vivida y no sólo formal. Por lo tanto, es una asignatura que permitiría intencionar el desarrollo de habilidades y actitudes concretas.

Finalmente, creo que sería importante porque en medio del descrédito de la clase política hace falta transformar la noción de “política de representación” como única posible, y comprender que puede ampliarse en la medida que todos aprendamos a sentirnos sujetos políticos, que se sienten interpelados, responsables, interesados en lo que nos rodea. Difícilmente esto se puede desarrollar en otros ámbitos de la vida de los escolares, si consideramos la alta exposición que tienen a una industria cultural y mediática que fomenta consumo y hedonismo, y que por lo tanto refuerzan el individualismo y la despreocupación por lo social.

¿Debería ser una formación desde los primeros años escolares o sólo en enseñanza media?

Tendríamos que definir primero qué es lo que vamos a esperar de la asignatura de Educación Cívica en caso que se repusiera. Si hablamos de la noción clásica de obtener conocimientos sobre las instituciones, derechos y leyes de nuestro país, no parece necesario enseñarlo tempranamente. Yo no estoy de acuerdo en delimitar la educación ciudadana a ese paradigma, porque esa formación era pertinente para una sociedad que ya no existe.

Ya no basta con conocer los derechos civiles y políticos, sino también los sociales, los económicos, los culturales… la formación ciudadana clásica no alcanza para ello. Estamos entonces hablando de una formación más amplia, con actitudes más activas, participativas, no sólo con conocimientos.

La escuela tradicional ha fracasado en su pretensión de desarrollar aprendizajes desde la exposición de contenidos. Los tiempos que vivimos requieren habilidades y actitudes para insertarse en el mundo. No podemos pretender que una asignatura, desde la mera entrega de conocimientos sobre algo, vaya a desarrollar habilidades y actitudes en ese plano del conocimiento, se requiere algo más complejo que el mero definir materias a cubrir y “pasarlas”.. No podemos pretenderlo ni en las materias más duras de la escuela ni en aquellas del ámbito más social como sería una asignatura de educación cívica.

Creo, entonces, que requerimos de una formación que apueste por el desarrollo de los conocimientos, habilidades y actitudes desde lógicas de relación coherentes con los ideales democráticos, de participación y de ejercicio de libertad responsable que a mi juicio debería proponer un espacio de formación ciudadana. Esto debería vivirse en todos los espacios de la escuela:, todas las asignaturas deben cumplir un rol desde las formas de relación, reflexión y participación que promueven los docentes en las aulas, como los espacios extracurriculares. Y por supuesto también en el espacio curricular de formación ciudadana. Ello supone familiarizar a los estudiantes con formas de relación coherentes con una mirada democrática y participativa, por lo que no hay razón para no hacerlo desde que son pequeños. Al contrario, creo que mientras más se posponga intencionar esta formación, más difícil será para los estudiantes desarrollar esta dimensión.

¿Debería también ser parte de la enseñanza superior en Universidades y CFT?

En el sentido que expongo anteriormente, sí. Debería ser cultura vivida en todo tipo de institución que declare que forma personas. En términos curriculares, habría que pensar en alguna asignatura específica que amplíe la formación escolar, como por ejemplo, el ámbito de los Derechos Humanos. Y por supuesto, cualquier otra que conecte su preparación técnica o profesional con el ámbito de la responsabilidad social.

¿Cree que este ramo contribuirá, por ejemplo, a aumentar la participación de los jóvenes en política?

Creo que en general los jóvenes están bastante desencantados del sistema político tradicional, así que no sé si en ese ámbito generaría algún cambio, porque querer participar en él requiere de condiciones más amplias que la mera formación ciudadana: debe haber una política de estado más integral y a un nivel mayor que transparente el funcionamiento del sistema político para que como sociedad volvamos a confiar en él, y volvamos a sentir que vale la pena querer participar de la democracia representativa.

Por otra parte, creo que la participación de los jóvenes no debe ser entendida sólo en este ámbito: si la formación ciudadana promueve formas de relación más activas y responsables, como sujetos políticos y no meros espectadores, entonces estará haciendo una contribución importante, aun cuando no la palpemos en el corto o mediano plazo en números o estadísticas.
Esta asignatura se retoma como una medida del Gobierno contra la corrupción, cuál es su aporte a este objetivo?

Yo creo que el aporte radica en que las personas estén más preparadas para interpretar la actuación de las personas en el ámbito público y por tanto denunciar todo aquello que atenta contra la construcción de nuestro país como un espacio que es de todos y no sólo de aquellos que pertenecen a una élite. En la medida que seamos más ciudadanos, nos sentiremos más responsables de cuidar que nuestro orden social nos cobije a todos. La corrupción sería vista, a mi juicio, como algo que nos daña porque corrompe la confianza, cuestión fundamental para la construcción de un orden democrático. Estos efectos, por supuesto, son de largo aliento, no es algo automático que se resuelva con entregar información a nuestros estudiantes.

Por otra parte, también aporta al preparar a la personas con un sentido de responsabilidad para con su comunidad y su país, es ineludible la relación de lo político con lo ético. Creo que quienes han caído en la corrupción no han tenido la integridad suficiente para responder a la confianza que la ciudadanía le ha otorgado, entonces creo que esa integridad hay que formarla. Será mucho más fácil corromperme si no me siento comprometida con mi comunidad, y me sirvo de mi cargo en lugar de estar al servicio de las personas que confiaron en mí.

¿Están los docentes preparados para dictar este ramo?

Me parece que la pregunta se plantea desde una mirada tradicional, en ese sentido creo que deben haber muchos docentes en el ámbito de las ciencias sociales con la preparación suficiente para dictar este ramo.

Pero en el sentido que yo he planteado, entender que la formación se da en la cultura vivida y no en “estudiar una materia”, es más complejo. Generar una cultura democrática en las aulas y en la escuela en su conjunto para que el desarrollo democrático se vaya logrando por el mero hecho de ser parte de esa comunidad, requiere un cambio cultural más profundo: por una parte, que los docentes seamos capaces de abrir espacios de reflexión y participación en nuestras aulas, en un ejercicio de compartir el poder que es inherente al ejercicio docente. Y eso, llevado a un plano más sistémico, requiere también que la gestión directiva abra espacios en la escuela que permitan a sus docentes vivir lo más auténticamente posible esto que se quiere desarrollar en los estudiantes: un espacio que les permite incluirse, opinar, proponer, en fin, hacerse responsables de la construcción de la comunidad escolar en su conjunto.

No creo que en ese sentido los docentes estén preparados para formar en ciudadanía, pues ellos mismos viven en muchas escuelas situaciones de injusticia y abuso, que refuerzan la idea de que la única forma de relación posible es la del sometimiento. Y eso, por supuesto, atenta contra la formación ciudadana de manera directa. No podemos olvidar que el docente es también un trabajador, y en ese sentido, sus posibilidades de ser auténticos en torno a sus deseos e insatisfacciones se ven coartadas por el miedo a perder su trabajo. Entonces, el cambio debe ser no sólo de los profesores, debe ser también de la forma en que estamos entendiendo la gestión escolar: con una mirada pedagógicamente rica, y no limitada a lo administrativo-burocrático.

Creo que en la medida que la calidad de la educación de nuestras escuelas incluyan dimensiones más allá de lo netamente académico, iremos sensibilizando la mirada sobre este tipo de preocupaciones y empezará a visibilizarse la importancia de vivir relaciones más educativas en nuestras escuelas, es decir, relaciones que aporten al crecimiento de las personas en tanto son incluidas y con ello invitadas a aportar desde sus singularidades. Evidentemente no será educativo todo aquello que naturalice formas de relación de sometimiento y resignación, tan propias de tantas escuelas.

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