Fuente: El Mostrador
Chile acaba de dar un paso importante. La recién aprobada Ley N°21.660 busca aumentar la participación de mujeres en los directorios de empresas fiscalizadas por la CMF, estableciendo cuotas sugeridas que aseguren una integración más equilibrada entre hombres y mujeres. Si bien no impone sanciones, obliga a las empresas a explicar públicamente si no adoptan las recomendaciones. En otras palabras: la conversación sobre equidad y diversidad ya no se puede postergar.
Tener más mujeres donde se toman las decisiones clave no es solo justo: es inteligente. Diversos estudios —de la OCDE, McKinsey, el World Economic Forum y el Peterson Institute— han demostrado que las empresas con mayor diversidad de género tienen mejor desempeño financiero, son más innovadoras y gestionan mejor los riesgos. En un mundo cada vez más complejo, contar con distintos puntos de vista ya no es opcional: es estratégico.
Ahora bien, si está tan claro que la diversidad aporta valor… ¿por qué necesitamos una ley para que ocurra? Porque las barreras no son de talento, sino estructurales. Las mujeres enfrentan obstáculos que van mucho más allá del currículum: falta de redes, sesgos en los procesos de selección, menor visibilidad, carga desproporcionada de tareas de cuidado, y una cultura empresarial que muchas veces sigue funcionando con reglas masculinas no escritas.
Una revisión de más de 20 años de literatura (Suárez et al., 2025) lo confirma: la baja presencia femenina en los directorios responde a factores sociales, económicos, culturales e institucionales, no a falta de preparación. Y eso implica que, si queremos que esta ley genere un cambio real, no basta con cumplir cuotas. Se necesita construir un entorno que habilite y acompañe a las mujeres a llegar —y quedarse— en la alta dirección.
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