Durante esta etapa de lanzamiento de nuestro nuevo sitio web, escríbenos tus dudas, consultas o comentarios al WhatsApp +569 3455 2723.

Una vida con sentido en un mundo automatizado

Ante el avance tecnológico, nadie duda que en el corto plazo desaparecerá una serie de labores remuneradas hasta ahora realizadas por trabajadores. Sobre los cambios de ese mundo que algunos ya llaman “postrabajo” o “utopía virtual”, un académico de filosofía plantea en esta columna para CIPER la contraparte del «buen vivir», desde la particular perspectiva latinoamericana.

  • Compartir
  • Facebook
  • Twitter
  • Linkedin
  • Whatsapp

Fuente: CIPER Chile

Por Ignacio Cea, académico del Diplomado en Filosofía y Ciencias de la Facultad de Filosofía y Humanidades.

“Puede ser maravilloso para la especie humana si los robots trabajan para el confort de la humanidad, ¿quién dijo que el hombre era un animal trabajador?”. Lo dice Pepe Mujica en una entrevista reciente respecto a un futuro utópico, en el cual sistemas automatizados con inteligencia artificial realizan la mayor parte del trabajo productivo, dejando a la humanidad en un estado edénico, libre de la necesidad de trabajar para subsistir; un estado que el economista Maynard Keynes largo tiempo atrás ya había advertido: el «desempleo tecnológico».

Keynes anticipó también que, en tal condición, la humanidad “se enfrentará a su problema real, permanente: cómo usar su libertad de apremiantes preocupaciones económicas, cómo ocupar el tiempo libre”. En palabras del economista Daniel Susskind, el problema que se presenta es “cómo encontrar sentido a la vida cuando desaparece una de sus principales fuentes [esto es, el trabajo]”.

Considerando que hasta ahora hemos creído que nuestro trabajo es una de las principales fuentes de sentido, dignidad y realización personal, así como de aporte a la sociedad, ¿podremos encontrar sentido en nuestras vidas al no poder ni tener que trabajar para vivir?

Desde hace décadas, figuras de la ciencia y la tecnología (Ray Kurzweil, Elon Musk, Mark Zuckerberg, entre otros) vienen imaginando un futuro en el cual nuestros cerebros están conectados a máquinas de realidad virtual e integrados con inteligencia artificial para la optimización de la productividad, conectividad, entretención y comunicación; en general, para el beneficio de la humanidad. Dos libros recientes escritos por filósofos hablan de la posibilidad de tener vidas valiosas y significativas inmersos(as) en espacios virtuales, interactuando con entidades digitales: en Reality +, David Chalmers se pregunta si acaso ya no vivimos en un mundo virtual al que nos hemos adaptado fácilmente; y en Automation and Utopia, Johan Danaher expone el sueño de felices vidas virtuales en un mundo postrabajo; una “utopía virtual” que, según él, es “la utopía que buscamos”.

Tales escenarios hacen urgente lo que hace un par de años ha enfatizado la UNESCO en su Recomendación sobre Ética de la Inteligencia Artificial (IA), y que nuestra propia Política Nacional de Inteligencia Artificial ha acogido; a saber, la necesidad de aportar al debate internacional sobre el desarrollo, uso e implementación de la IA desde una perspectiva latinoamericana, de países «en desarrollo», portadores de herencias culturales plurales y diversas, muy diferentes del Norte Global donde hasta ahora se ha centrado mayoritariamente la conversación.
 
Un ejemplo de una perspectiva latinoamericana con gran potencial al respecto es la filosofía y modo de vivir basado en el llamado “buen vivir”. Este concepto, que en otras lenguas es conocido como sumak kawsay (kichwa), suma qamaña (aymara) o küme mongen/mogñen (mapuche) surge como un discurso eminentemente latinoamericano destinado a ser una alternativa cultural, social, económica, política y ética a la visión occidental, colonialista y capitalista de la humanidad que ha estado centrada en conceptos de “desarrollo” y “progreso” vinculados al objetivo del crecimiento económico ilimitado, la explotación ambiental, el consumismo y el materialismo.

El buen vivir tiene sus raíces en aspectos medulares compartidos por diversas culturas indígenas latinoamericanas, en relación con una forma de vida centrada en la comunidad, donde el bienestar, propósito y significado de la vida de los individuos, la sociedad y la naturaleza se consideran profundamente interconectados e interdependientes.

Desde esta perspectiva, se pueden dar varios argumentos contra la idea de una “utopía virtual”; o, más bien, para pensar que tal ideal sería en realidad distópica. En primer lugar, una utopía virtual añadiría aún más daño ambiental al requerido para la automatización del empleo, debido a los altos costos medioambientales asociados a la alta demanda computacional, consumo de electricidad y masivos centros de datos. Este daño adicional a la naturaleza debiese evitarse a toda costa, no solo por su efecto en nuestra propia continuidad en el planeta, sino también por la continuidad y bienestar de todas las demás especies, así como por el valor intrínseco de la naturaleza, más allá de los beneficios que podamos extraer de ella.

En segundo lugar, la filosofía del buen vivir enfatiza el lugar fundamental que tienen las relaciones interpersonales para llevar a cabo una vida buena y de sentido. Pero la utopía virtual promueve las relaciones humanas mediadas por la tecnología, por sobre las relaciones “piel a piel”, así como las relaciones con entidades digitales de indefinido estatus ontológico y ético. Esto implica que la interacción entre personas queda sujeta a una serie de problemáticas, tales como la susceptibilidad a ser interrumpida y distorsionada por fallos de infraestructura, errores e incluso ataques informáticos; segregación por razones financieras asociadas a los fines lucrativos de las empresas tecnológicas; limitaciones significativas en la calidad y multimodalidad de las interacciones (por ejemplo, pobreza en la interacción táctil y lenguaje corporal tan claves para el afecto y la comunicación); así como amenazas a la privacidad.

Finalmente, desde la perspectiva del buen vivir, la aspiración a una utopía virtual debe rechazarse debido a que lleva a una ruptura radical entre la humanidad y la naturaleza. Dado que la utopía virtual implica que la humanidad privilegie las «realidades» generadas por computador, el contacto directo entre humanos y entornos naturales será gravemente desfavorecido, y, por lo tanto, la conexión humanidad-naturaleza se deteriorará aún más. En otras palabras, de acuerdo al buen vivir, en lugar de estar inmersos(as) en mundos virtuales deberíamos buscar la inmersión en entornos naturales junto a otros(as), no solo para cultivar vidas buenas y de sentido, sino también para el bienestar de la sociedad en su conjunto y nuestra propia continuación.

En resumen, mientras la tecnología y la idea de una “utopía virtual” ofrecen posibilidades tentadoras para el futuro, es conveniente no perder de vista su costo medioambiental, nuestra conexión con la naturaleza y las relaciones humanas no mediadas. La filosofía del buen vivir, en cambio, nos ofrece la posibilidad de aportar a la conversación global desde nuestra realidad local, lo cual es imprescindible para diversificar y enriquecer la forma en que soñamos el futuro.

El presente texto sintetiza un trabajo más ampliamente desarrollado en el artículo académico “Technological unemployment and meaning in life, a buen vivir critique of the Virtual Utopia”, disponible en línea.

Noticias Relacionadas