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A principios de junio se presentó en Chile “Agua”, una novela de la académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Lucero de Vivanco. En esta novela la escritura se convierte en una forma de nado profundo: un descenso hacia la infancia, hacia los secretos familiares, hacia las zonas ambiguas de la experiencia y el lenguaje. Publicada por la editorial peruana Cocodrilo Ediciones, esta narración ha sido reconocida con una mención honrosa del Premio Nacional de Literatura del Perú, y ha encontrado resonancia y cariño en diversas ciudades del mundo, desde Lima hasta Berlín.
En esta entrevista conversamos con su autora sobre el origen del libro, la estructura fragmentaria que lo sostiene, la integración de la fotografía como recurso narrativo y el simbolismo del agua como hilo conductor.
Tengo una lúdica sensación de que mis experiencias de infancia tienen un potencial literario que vale la pena explorar. Nací y crecí en una familia de muchos hermanos y hermanas, todos mayores, amorosos y rudos al mismo tiempo; y fui nadadora de alto rendimiento, lo que significó estar tironeada entre la épica deportiva y una exigencia radical sobre el cuerpo. Eso me invitó a escribir: pensar que tenía en mis manos la historia de una niña con una vida aparentemente afortunada y armoniosa, pero rodeada de sombras y secretos que requerían ser revelados. Porque escribir es un poco eso, ¿no? Tener la oportunidad de sumergirse en zonas oscuras del pasado, para develarlas, confrontarlas, reimaginarlas. Para mí, ese es uno de los sentidos más potentes de la literatura.
Llevaba mucho tiempo buscando cómo escribir este relato, pero no había encontrado el modo de hacerlo. En algún momento, incluso, pensé en hacer algo audiovisual y hasta me compré una cámara de video. Pero, en realidad, la historia que pensaba contar requería de la temporalidad lenta de la escritura. Empecé escribiendo breves “escenas” para que, por acumulación, se fuera construyendo la trama. Y así quedó estructurada “Agua”: una primera parte en la que la protagonista niña va dando a conocer escenas de su vida cotidiana; y una segunda parte donde ella, ya adulta, confronta las vivencias y los personajes de su pasado infantil. Al final agregué un breve epílogo, que busca mantener vigente en el presente todo lo narrado. La novela no tiene, por lo tanto, una linealidad narrativa: un inicio, un conflicto, un desarrollo y un desenlace. Más bien aposté a que solo la suma total de escenas ofreciera la posibilidad de construir sentidos diversos. La novela cuenta cosas duras, pero sin lanzar una bomba central, sino sembrando bombitas a lo largo de todo el texto.
Por un lado, mientras escribía, me di mucha libertad para que la propia historia fuera encontrando sus formas. Tenía fuertes intuiciones, como el deseo de hacer una novela breve, muy cuidada en su lenguaje, a la que no le faltara ni sobrara nada. Pero no tenía todo resuelto de antemano y se fue construyendo en el camino. Por otro lado, gracias a varios años de investigación sobre violencias, memorias y escrituras del trauma, sabía que la historia debía contarse de manera fragmentada, no lineal, con un registro más evocativo que descriptivo, más metafórico que literal. Aunque hay un lenguaje muy directo al mismo tiempo.
Creo que el agua es uno de los grandes símbolos universales. Y en su polisemia, ofrece imaginarios incluso opuestos: purificación y contaminación, transparencia y turbiedad, aguas claras y aguas negras, útero y trascendencia. Yo quería sembrar ese espectro amplio de significados en la novela, para que germinen ahí, a voluntad de cada lector o lectora. El agua como símbolo me ayudó a no establecer divisiones tajantes entre lo permitido y lo prohibido, entre lo dignificante y lo victimizante, entre el cuidado y el abuso. Más bien, concurrió para situar la representación en esas zonas umbrosas y ambivalentes, donde los límites se desdibujan y las acciones tienen varias interpretaciones posibles. Sin juicios, solo mostrando.
Tenía ganas de explorar distintos lenguajes. La novela parte con la descripción realista de una foto familiar que no se encuentra en el libro, pero que da el puntapié a la historia. Es tan relevante, que le da los nombres a los personajes. La descripción de esa fotografía tenía una fuerza imaginaria potente, por lo que decidí no incluirla y dejarles toda la responsabilidad a las palabras. Sí incorporé otras imágenes, porque sentía que complementaban el texto, o porque quería incidir en la representación visual de la escena en la imaginación de la lectora o el lector. También usé fotografías en vez de palabras en ciertos momentos de la historia, cuando nombrar era más difícil que visualizar. En fin, decidí jugar con los lenguajes libremente, escuchando al mismo tiempo lo que la novela me iba solicitando. También porque sé, tanto teórica como experiencialmente, que narrar hechos traumáticos supone un desafío mayor: exige buscar y encontrar lenguajes posibles, adecuados y eficaces para representar dichos hechos. Las fotografías forman parte de esa búsqueda.
Por un lado, debo dar crédito a todo un campo de estudio desarrollado como académica en torno a las violencias, las memorias y las escrituras del trauma. Aunque no haya una relación directa de mi novela con referentes de ese tipo, son temas que me interesan y me importan, tanto profesional como personalmente, así que están ahí de alguna manera. Por otro lado,menciono particularmente dos de las novelas que leí mientras escribía, que fueron muy estimulantes. Una, “Corazón que ríe, corazón que llora”, de la escritora guadalupeña Maryse Condé. Recuerdo que me impactó la forma maravillosa en que la narradora cuenta, retrospectivamente, el día en que “descubrió” su negritud y su herencia africana, a partir de la historia del maltrato y la esclavitud. Otra de las novelas que leí fue “Por qué volvías cada verano”, de la argentina Belén López Peiró. Ella cuenta el abuso reiterado que sufrió por parte de un tío e incluye en su relato un registro legal que se combina con el registro de la autoficción.
En los aspectos prácticos: con dificultad, con cuidado, con disciplina, y también con altos costos para mi vida personal; trabajo muchas horas al día, muchos días a la semana, feriados largos y cortos, vacaciones. Pero por el lado más intelectual,me parece que los dos ámbitos están mucho más cercanos de lo que podríamos pensar. La investigación involucra creación, imaginación, subjetividad y experiencia. Y la creación es una forma de construir conocimiento, de explorar la realidad, de ofrecer herramientas para interpretar y comprender el mundo; es fuente de ideas y saberes.
La verdad es que no me la esperaba. Recibí la noticia por WhatsApp, de mis propios editores. Cuando leí el mensaje me fui directo a la web del Ministerio para corroborar, porque era difícil de creer. Y cuando lo confirmé, simplemente me puse a saltar de alegría. Salté como diez minutos seguidos y sigo rebotando despacito hasta ahora.
Estoy a medio camino de una nueva novela sobre el amor y el desamor, pero con una dimensión metaliteraria respecto a cómo escribir sobre el amor y el desamor. Creo que es una novela un poco triste pero con sentido del humor. Inspiradora, espero.
Fotografías de la presentación de “Agua” en la Librería Nueva Altamira