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Eduardo Molina y Roberto Saldías escriben sobre Immanuel Kant

A 300 años de su nacimiento, podemos afirmar que el filósofo alemán tiene con nosotros y con el presente una relación profunda, mientras nos invita a un pensar desprejuiciado y a un buen uso de nuestra libertad.

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Fuente: Revista Mensaje

Por Eduardo Molina, decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, y Roberto Saldías, director del Instituto de Teología y Estudios Religiosos.

El nombre de Immanuel Kant se sigue escuchando escuchando muchas veces y de diversas maneras. Es un nombre sin duda conocido y estudiado en los ámbitos de la filosofía, las ciencias políticas, el derecho y las humanidades en general. A veces lo leemos en los periódicos o lo escuchamos en boca de analistas, periodistas, abogados, políticos, hombres y mujeres, en fin, que buscan, de una u otra manera, indicar que lo que proponen o afirman posee una base filosófica sólida. Por cierto, no es raro escuchar que los que leen o han leído a Kant comparten las mismas dificultades fundamentales: es un autor difícil; sus textos son complejos; se enfrenta a temáticas muy variadas con un espíritu sistemático que muchas veces cuesta comprender a cabalidad.

Pues bien, más allá de esta realidad, hoy, a 300 años de su nacimiento, podemos afirmar que, con todo, Kant con nosotros y con el presente en el que vivimos tiene una relación especial, incluso profunda, que va más allá de la sola interpretación académica y también de las imágenes superficiales que podamos hacernos de este filósofo de la Ilustración.

Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en la localidad prusiana de Köningsberg (actual Kaliningrado, Rusia), donde también falleció en 1804. Si bien Kant ejerció, a lo largo de su vida, una importante labor intelectual y académica (nunca más allá de 150 Km. de su pueblo pueblo natal), lo fundamental de su pensamiento, por el que es hasta hoy conocido, se despliega lentamente, en la madurez de su vida, a partir del año 1770, cuando publica su tesis Sobre la forma y los principios del mundo sensible y del inteligible, que le permitió asumir como profesor de lógica y metafísica en la universidad de su ciudad natal. Sin embargo, después de este punto de partida, fueron necesarios once años de silencio para que, recién en 1781, a los años, publicara su primera gran obra: la Crítica de la razón pura.

Es entonces tarde, tanto en su vida como en el transcurso del importante siglo XVIII, cuando acontece lo que podríamos llamar la revolución kantiana de la filosofía y del conjunto mismo de la obra de su autor.

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